Ricardo Carrere y su huella – un pensamiento crítico del modelo forestal

foto3A 10 años del fallecimiento de Ricardo, lo recordamos compartiendo este texto escrito en 2011. Hacemos nuestras las palabras finales del mismo: “quienes trabajamos con él y aprendimos de él, quienes lo conocimos y lo quisimos, quienes lo recordamos en su eterna bicicleta, con su infaltable pucho en la mano, con su compromiso y supeculiar humor, optimismo y gusto por la vida, tenemos el compromiso de continuar su huella profunda en la defensa de los derechos humanos de los pueblos con el sentido amplio de justicia social y justicia ambiental no sólo para las generaciones presentes sino también las futuras, de cuyo derecho a recibir un planeta habitable y solidario somos custodios”.

Ricardo Carrere y su huella – un pensamiento crítico del modelo forestal

En el Uruguay actual, donde el acaparamiento de tierras ha llegado a grados impensables, donde los mayores latifundistas son extranjeros -en gran medida empresas transnacionales- y donde la producción se torna cada vez más extractiva (soja, forestación y propósitos de minería), el pensamiento ecológico profundo, con contenido social y político, escasea. Y ahora más aún. Ricardo Carrere, uno grande entre sus filas, murió el 16 de agosto de 2011, a los 68 años, con el corazón y la cabeza aún jóvenes.

Ricardo fue un hombre comprometido con su tiempo. Integrante del Partido Comunista Revolucionario, maoísta, permaneció recluido durante siete años en el Penal de Libertad. Posteriormente se asiló en Londres, para reunirse con su hija. Allí vivió varios años hasta su retorno a Uruguay, una vez reinstaladas las instituciones democráticas.

Egresado en 1966 de la Escuela de Silvicultura de Maldonado como Técnico Forestal, estudió luego en Francia en la Escuela Nacional de Ingenieros de Trabajos de Aguas y Bosques. En el exterior Ricardo se formó también como bibliotecario y a su regreso a Uruguay comenzó a desempeñar esa tarea en el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (CIEDUR). Pero poco después – citando la reseña que hicieran CIEDUR y la Red de ONGs Ambientalistas de Uruguay – “se integró a un equipo que estaba realizando un amplio proyecto de investigación sobre el tema emergente de la forestación cultivada. Ahí descubrió las dos pasiones que lo ocuparían el resto de su vida: la biodiversidad del monte nativo, y la lucha contra las plantaciones forestales industriales que destruyen los ambientes naturales y el hábitat de pueblos enteros en todo el planeta. … Su inquietud intelectual lo integró a la temprana reflexión en curso de la investigación sobre las perspectivas e impactos naturales y sociales de las plantaciones forestales con monocultivos, que se estaban iniciando en Uruguay y en algunas regiones de América del Sur. Ahí redactó un texto pionero de la evolución posterior que veríamos en Uruguay, y luego en forma generalizada en otras regiones del Tercer Mundo: Carrere, Ricardo. 1992. Geopolítica forestal y desarrollo sostenible. Una visión de conjunto y el caso de Uruguay.” (CIEDUR, Serie Investigaciones Nº 95) (1)

Posteriormente pasó a trabajar en el Instituto del Tercer Mundo (ITEM) hasta que en 1996 fue designado Coordinador Internacional del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM, por su sigla en inglés, www.wrm.org.uy), posición que desempeñó hasta diciembre de 2010, cuando se jubiló. Fundado en 1986, el WRM es una organización internacional que trabaja en temas vinculados a bosques y plantaciones forestales, y que lucha en defensa de los derechos de las comunidades locales sobre los bosques y sus territorios. Ricardo aportó a la organización su impronta de lucidez política, compromiso con la justicia social y ambiental, y una entusiasta dedicación, fruto de su convicción y amor por lo que hacía. Como resultado, el WRM se posiciona junto a los movimientos sociales, sabiendo que son éstos los principales protagonistas.

Confirmando aquello de que es difícil ser profeta en su propia tierra, seguramente no muchos en Uruguay conocen el alcance del trabajo y pensamiento de Ricardo. Los investigadores franceses Julien-FrancoisGerber y Sandra Veuthey escribieron de él: “Ricardo Carrere encarna la generación de activistas socialistas que descubrieron la crítica ambiental del capitalismo y que, desde entonces, ya no pudieron actuar como si no supieran nada. Pensamos que Ricardo nunca perdió el radicalismo de su juventud. En los movimientos socio-ecológicos del Sur encontró una amplia arena ignorada de luchas contemporáneas, a las cuales decidió dedicar su apoyo por el resto de su vida” (2). Por su parte, Joan Martínez-Alier, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, ubica a Ricardo entre los fundadores del Movimiento Mundial por La Justicia Ambiental.

En Uruguay, Ricardo fue instrumental en la formación del Grupo Guayubira, creado en 1997 por personas y organizaciones preocupadas tanto por la conservación del monte indígena como por los impactos socioeconómicos y ambientales de la forestación con monocultivos de árboles a gran escala. Desde entonces Guayubira ha denunciado la creciente concentración y extranjerización de la tierra que trae aparejada la expansión de la forestación, cuyos actores son principalmente grandes empresas multinacionales. Actualmente, el consorcio Montes del Plata, formado por dos empresas forestales extranjeras – la sueco-finlandesa Stora-Enso y la chilena Arauco – tienen el mayor latifundio del país: 250.000 hectáreas.

Una y otra vez, tanto en foros internacionales como en escuelas, en la prensa internacional y en radios locales, en innumerables artículos, informes y libros, Ricardo recordó que el problema no es el árbol sino el modelo en que se lo implanta, y argumentó contra los “desiertos verdes”, esos muros de árboles que acaparan el agua, excluyen otras formas de producción, liquidan la biodiversidad y borran la identidad de nuestro paisaje. Y una y otra vez alertó contra los intentos de disfrazarlos de bosques, principalmente a partir de la definición de la FAO que considera como bosque incluso un monocultivo de árboles exóticos. “Las plantaciones no son bosques” se transformó en una consigna permanente y una campaña que este año plasmó en un una carta abierta de más de seiscientos científicos de todo el mundo en la que expresan a la FAO su desacuerdo con la definición de “bosque” de ese organismo y lo exhortan a iniciar un proceso de revisión de dicha definición.

Ricardo Carrere fue la cabeza más visible del WRM, lugar que convirtió en su trinchera. Ya traía sabidas las premisas de la explotación del capitalismo. Pero luego descubrió que la destrucción no se acaba allí sino que también las propuestas “desarrollistas” – que pueden atravesar transversalmente modelos políticos opuestos – ponen en jaque no solamente a la naturaleza y a las comunidades y los pueblos – generalmente los más expoliados – que más dependen de ella para su subsistencia, sino a la larga a la vida humana en su conjunto.

En primer lugar, como él solía decir, tuvo que “desaprender” lo que le aportó su formación de técnico forestal para poder ver realmente el monte o el bosque y apreciar que es mucho más que un conjunto de árboles. Esa mirada crítica lo llevó a identificar el peligro de la expansión de los monocultivos de árboles en gran escala y a denunciarlos como una expresión más de la acumulación del capital en su ávido acaparamiento de tierras, agua y atmósfera, que busca tomar la naturaleza por asalto y apoderarse del mundo, esta vez de manera aplastante.

La denuncia del WRM parte de la idea de que hoy, igual que hace más de 500 años, el colonialismo sigue vigente, con otras formas, con otros nombres. Los barcos que ayer partían de los puertos latinoamericanos con la plata, el oro, el cacao, el caucho, hoy son enormes cargueros que se llevan nuestra agua y nuestro suelo en los rolos, los chips, la celulosa, el aceite de palma. Se llevan también, de manera sofisticada, nuestra atmósfera para venderla en el mercado de carbono. Se llevan, en definitiva, a precio de mercado, el futuro de las próximas generaciones.

Las plantaciones para celulosa

Asociada a la contaminación ambiental, la producción de celulosa para alimentar el consumo voraz de papel y cartón en un mundo de comercio globalizado ha sido la fuerza motriz de la expansión de los monocultivos de árboles de rápido crecimiento, principalmente eucaliptos. Una quinta parte de toda la madera cosechada en el mundo se destina a la producción de papel, y fabricar una tonelada de papel requiere entre 2 y 3,5 toneladas de árboles. Con un pronóstico de crecimiento mundial anual de 2,5%, la industria y sus efectos negativos podrían llegar a duplicarse en el 2025. El argumento es que es el costo inevitable que debe pagar la sociedad humana a cambio de la alfabetización, la información y la cultura. Pero, ¿es así?

El consumo actual de papel está ligado al modelo desechable del estilo de vida moderno.

Si bien el papel se identifica tradicionalmente con la lectura y la escritura, el embalaje ha pasado a ser la categoría única más importante de uso de papel. La expansión real del embalaje de papel se origina en la década de 1950 con la difusión de los supermercados y la comida pre-empaquetada (aunque en algunos casos está disminuyendo, como resultado de su reemplazo por otros materiales, en gran medida el plástico). La revolución de la información electrónica hasta la fecha más bien ha multiplicado que reemplazado el uso del papel.

Desde el punto de vista del consumo de papel existe un abismo entre el consumo en el norte y en el sur: Estados Unidos es por lejos el productor y consumidor de papel más grande del mundo. Mientras que en Uruguay el promedio de consumo anual de papel es de 40 kg por persona – y nadie podría decir que aquí escasea el papel – en Europa y Estados Unidos el promedio alcanza los 300 kg . El consumismo y la pobreza cohabitan en un mundo sin equilibrio donde no hay voluntad política de detener el consumo excesivo y derrochador de algunos y mejorar el nivel de vida de los más necesitados.

Las plantaciones de palma

Por otra parte, el WRM también ha denunciado los graves problemas causados por la expansión de los monocultivos de palma aceitera – también llamada palma africana –, largamente utilizada para obtener el aceite vegetal más comercializado del mundo. Promovida activamente por organismos multilaterales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y los bancos internacionales que la financian, la producción de palma se ha destinado a usos industriales y más recientemente se ha expandido de manera explosiva, como una alternativa supuestamente “ecológica” a los combustibles fósiles.

Se presiona a los gobiernos para que creen las condiciones para la expansión de este cultivo. En América Latina el cultivo extensivo de palma aceitera, con destino a exportación, adopta el modelo de grandes extensiones de monocultivo con desplazamiento forzoso de las poblaciones autóctonas, combinado con casos en que los campesinos ponen el trabajo y en muchos casos la tierra. Por otra parte, para que la palma alcance altos niveles de productividad se necesitan también altos niveles de radiación solar por lo que las nuevas plantaciones de palma suelen implantarse en zonas de bosque húmedo tropical, las cuales son arrasadas, drenadas, fertilizadas, plantadas y posteriormente rociadas de continuo con potentes herbicidas que, junto con los fertilizantes químicos, pasan al suelo contaminando las fuentes de agua. Este manejo, a la vez que destruye el bosque, impide que se puedan plantar otros cultivos, lesionando así la soberanía alimentaria de las comunidades locales. A su vez, para maximizar la cantidad de aceite por fruto o por planta, se seca la tierra mediante canales de drenaje que desecan lagunas, caños y cualquier tipo de humedal cercano a los cultivos, afectando la flora y la fauna.

El desastre climático: negocios y falsas soluciones

No hay nada como crear un problema para obtener un negocio. Por eso, detrás del cambio climático están las empresas y gobiernos que con su modelo de desarrollo extractivista, globalizado y consumista lo provocaron. Desde la Revolución Industrial destaparon la caja de Pandora de los combustibles fósiles enterrados en el subsuelo durante millones de años y los liberaron, provocando un aumento enorme del nivel de gases de efecto invernadero que ha recalentado la atmósfera. Después de muchos años se comprobaron los graves impactos en el clima. Pero ni gobiernos ni empresas tienen miras de cambiar el rumbo, y encima de todo las grandes corporaciones quieren hacer dinero; así fue que se creó el mercado de carbono.

Para explicar el mercado de carbono hay que comenzar hablando del Protocolo de Kioto -un magro acuerdo de compromisos resultante de un proceso de muchos años de negociaciones en el marco del Convenio de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El protocolo de Kioto obliga a los estados de los países industrializados del Norte – que lo ratificaron – a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (el principal de los cuales es el dióxido de carbono CO2) en determinados porcentajes. Los estados, a su vez, en general se organizan distribuyendo cuotas de emisiones para las empresas. Pero el Protocolo también permite que, en lugar de reducir las emisiones de carbono en sus propios países, los estados y empresas del Norte pueden compensarlas. La vía para esta opción es el mecanismo llamado MDL (mecanismo de desarrollo limpio), que contempla la inversión en proyectos en países del Sur que supuestamente implican una reducción de emisiones. Como consecuencia, los inversores obtienen créditos de carbono (CERs) que pueden vender en el mercado de carbono vinculado al Protocolo de Kioto y que pueden ser comprados por las empresas que deseen compensar sus emisiones.

Los monocultivos de árboles que se presentan como sumideros de carbono son una de las opciones para generar esos créditos de carbono. El concepto es que las plantaciones de árboles, a través de la fotosíntesis, podrían “compensar” las emisiones de carbono al absorberlo. Pero nadie tiene idea de cómo establecer una “equivalencia” confiable entre el carbono secuestrado en los depósitos de combustible fósil, el carbono transitorio en la atmósfera, y el carbono secuestrado temporalmente por las plantaciones de árboles, ya que este último puede reingresar a la atmósfera en cualquier momento, como cuando las plantaciones son destruidas por incendios naturales o intencionales.

Varios agentes bursátiles y economistas de la escuela de quienes estuvieron detrás de la reciente crisis financiera fueron los ideólogos del mercado de carbono, que ha resultado ser un fracaso con respecto a su pretendido objetivo de hacer frente al cambio climático. En efecto, desde su creación ha hecho lo opuesto a incentivar y reunir fondos para una transición hacia una economía libre de combustibles fósiles: no solamente permite a los principales contaminadores de combustibles fósiles eludir su responsabilidad de realizar un imperioso cambio estructural sino que sigue alimentando el actual modelo de producción y consumo insustentables que está en la raíz del problema y sin embargo permanece incuestionado.

Por otro lado, la mercantilización de las emisiones de carbono ha dado lugar a un nuevo “colonialismo climático”. El comercio de carbono constituye una forma de privatización del aire limpio, de la atmósfera, y la legalización del permiso a contaminar.

Frente a la protesta, la criminalización

Todos estos procesos y decisiones que muchas veces permanecen ajenos a la opinión pública tienen, sin embargo, repercusiones muy concretas en la vida de la gente. Se transforman en políticas públicas, proyectos, programas que implican muchas veces la ocupación de territorios, la usurpación del agua, el bosque, los medios de vida de las comunidades locales por el avance de plantaciones, sean eucaliptos, pinos, palma, caucho, soja o caña de azúcar. Quienes resisten deben enfrentar lo que se ha dado en llamar la “criminalización” de la resistencia. Se trata de una estrategia dirigida a calificar los actos de resistencia como delitos, llevando un conflicto intrínsecamente socioambiental al campo judicial y penal. Las empresas, en este caso forestales o palmicultoras, cuentan con el poder punitivo del Estado para neutralizar la protesta. Se combina la represión con el uso formal de la legalidad para penalizar a los actores sociales que se oponen a políticas y modelos productivos que, en aras del lucro, conspiran en definitiva contra la supervivencia misma del planeta.

En Chile, las cárceles albergan decenas de presos políticos mapuche que defienden su territorio contra el avance de los monocultivos de eucaliptos y pinos. La mayoría terminan siendo juzgados por la legislación antiterrorista que subsiste desde la época del tirano Pinochet. En Colombia, en la región del Chocó, los afrocolombianos y organizaciones de derechos humanos, como en este momento Justicia y Paz, enfrentan las amenazas y la violencia militar y paramilitar para la implementación del agronegocio de la palma aceitera y la extensión ganadera. En Honduras, la lucha social de los campesinos de Bajo Aguán, en defensa de sus derechos sobre las tierras que les fueron robadas para la producción extensiva de palma aceitera, dejó un trágico saldo de numerosos heridos y muertos que se suma a la escalada represiva que vive Honduras desde el golpe de Estado de junio de 2009.

Por esa huella

Por todas estas luchas, que inspiraron a Ricardo, quienes trabajamos con él y aprendimos de él, quienes lo conocimos y lo quisimos, quienes lo recordamos en su eterna bicicleta, con su infaltable pucho en la mano, con su compromiso y su peculiar humor, optimismo y gusto por la vida, tenemos el compromiso de continuar su huella profunda en la defensa de los derechos humanos de los pueblos con el sentido amplio de justicia social y justicia ambiental no sólo para las generaciones presentes sino también las futuras, de cuyo derecho a recibir un planeta habitable y solidario somos custodios.

Por Raquel Núñez Mutter – Revista No te olvides N°9, año 2011.

(1) “Ricardo Carrere”, CIEDUR y Red de ONGs Ambientalistas de Uruguay, http://www.guayubira.org.uy/2011/08/hasta-siempre-ricardo/

(2) “En memoria de Ricardo Carrere”, Julien-Francois Gerber & Sandra Veuthey, Boletín Nº; 170 del WRM, setiembre de 2011, http://www.wrm.org.uy/boletin/170/En_memoria_de_Ricardo_Carrere.html

About Grupo Guayubira

El grupo "Guayubira", fue creado en mayo de 1997, para nuclear a personas y organizaciones preocupadas por la conservación del monte indígena y por los impactos socioeconómicos y ambientales del actual modelo de desarrollo forestal impulsado desde el gobierno. El grupo aspira a tener incidencia a nivel nacional y local para implementar medidas que ayuden a la conservación del monte indígena y a modificar el actual modelo insustentable de desarrollo forestal basado en los monocultivos de árboles a gran escala.
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