MONTE INDIGENA
Mucho más que un conjunto de árboles
por Ricardo Carrere

Capítulo 1
Mucho más que un conjunto de árboles

 

En Uruguay existen distintos tipos de ambientes naturales que se diferencian entre sí a simple vista y que todos somos capaces de percibir como diferentes, tales como la pradera, los ambientes costeros, los humedales o el monte indígena. En el caso de este último, dicha percepción se basa en que las especies leñosas destacan sobre las muchas otras especies que componen el ecosistema monte indígena.

El concepto de "ecosistema monte indígena" resulta útil para comprender que el monte no es simplemente un conjunto de árboles y arbustos, sino un sistema complejo donde una infinidad de seres vivos interactúan entre sí y con un medio físico con determinadas características. Este sistema es el resultado de millones de años de evolución y de la adaptación de todas esas especies en un sistema del que todas se benefician y que por ende se convierte en estable a lo largo del tiempo.

El elemento primordial de todo ecosistema es la energía solar, que posibilita la elaboración de materia orgánica (fundamentalmente en las hojas) a partir del carbono atmosférico y de los elementos inorgánicos que sirven de nutrientes (normalmente extraídos del suelo por las raíces). En general, las únicas especies capaces de aprovechar esa energía para producir materia orgánica son los vegetales y por eso son denominados productores primarios. En el caso del monte indígena, estos productores primarios son vegetales como árboles, arbustos, hierbas, cañas, tunas, helechos, musgos, trepadoras, epífitas, y otras, que en su conjunto sirven de sustento a la mayoría de las demás especies animales y vegetales que habitan el monte.

Los productores primarios tienden a distribuirse en el monte en aquellos sitios que mejor se adaptan a sus necesidades. En el caso de los árboles y arbustos, aquellas especies con mayores requerimientos hídricos (como el sarandí, el sauce o el mataojo) se instalan dentro o cerca del agua, en tanto que las mejor adaptadas a situaciones de escasez de agua tienden a ubicarse en la parte externa del monte (como la aruera, el espinillo o el molle).

Sin embargo, el agua no es el único elemento que determina la distribución de los productores primarios dentro del monte, sino que también resultan determinantes elementos como las temperaturas extremas, los tipos de suelos, la luminosidad, la humedad atmosférica, los vientos. Ello explica que algunas especies subtropicales sólo se desarrollen en el norte del país (como el guayubira, cambuatá, ibirapitá, timbó). También explica que haya especies que necesitan protección contra el exceso de insolación, las heladas o los vientos, sin la cual no podrían sobrevivir.

Todos esos factores, a su vez, determinan la distribución de los vegetales en el plano vertical, donde algunos sólo se establecen en las partes más sombreadas, en tanto que otros requieren de una insolación más intensa. En el caso de estas últimas especies, algunas pueden ubicarse en el medio del monte en caso de que puedan competir en altura con las demás y llegar así a la cubierta superior del monte. Algunas lo hacen por sí solas, en tanto que otras lo hacen trepándose o adhiriéndose a las partes más altas de los árboles para así acceder a la iluminación requerida. En el caso de los arbustos o árboles más pequeños que requieren mucha insolación, normalmente se ubican en la zona externa del monte donde no deben competir por la luz con otras especies de mayor altura.

Esas distintas cualidades de las especies vegetales del monte son las que aseguran la supervivencia del conjunto cuando se producen perturbaciones que lo alteran sustancialmente, ya sean naturales o resultado de la acción humana. Por ejemplo, una perturbación puede resultar de una inundación o un temporal que tira abajo algunos árboles, dejando así un claro en el monte. Un fenómeno similar puede ocurrir por la intervención humana, que corta una sección del monte. Algunas especies (llamadas pioneras) se ven favorecidas por esa perturbación y pasan de ser minoritarias a ser las predominantes en esa parte del monte. Ello se debe a su mayor facilidad para nacer y desarrollarse sin la protección de las demás, en condiciones de exposición a una gran luminosidad, a temperaturas extremas y al viento. El crecimiento de esas especies permite luego que las demás puedan volver a desarrollarse al amparo del ambiente generado por éstas y eventualmente llegar a reconstituir un monte con una composición de especies similar a la que había antes de la perturbación que lo afectó.

Entre esas especies que necesitan del ambiente proporcionado por el monte desarrollado se encuentran muchas a las que rara vez se presta atención, tales como la vegetación del tapiz bajo del monte, o las enredaderas, helechos, musgos, epífitas y parásitas, todas las cuales cumplen funciones tan importantes en el funcionamiento del ecosistema como las que cumplen los árboles y arbustos que caracterizan al monte.

Pero para entender la importancia del conjunto de las especies vegetales del monte es necesario presentar a otros componentes del mismo, que son más abundantes que los propios vegetales, tanto en número de individuos como en número de especies: los representantes del reino animal. Todos ellos se alimentan directa o indirectamente de la materia orgánica elaborada a partir de la energía solar por los productores primarios (los vegetales). Algunos son exclusivamente herbívoros (como los carpinchos o las mariposas) en tanto que en el otro extremo algunos son exclusivamente carnívoros (como los gatos monteses o las arañas), mientras que otros consumen tanto vegetales como animales (como muchas especies de aves, que pueden comer tanto semillas como pequeños insectos).

Hay un conjunto de especies que normalmente no son incluidas dentro del ecosistema monte indígena, como los peces y anfibios (tortugas, ranas, etc.). Sin embargo, el monte no sólo les asegura la conservación de los cuerpos de agua de los que dependen, sino que además les proveen de los alimentos necesarios para su desarrollo y de ambientes adecuados para su reproducción. Son, por ende, tan integrantes del monte como los propios árboles.

Muchas de las especies animales presentes en el monte son vitales para asegurar la supervivencia de los vegetales, por ejemplo, en la polinización de las flores por parte de insectos o pájaros. Ciertas especies de plantas necesitan que algunos animales ayuden en la dispersión de sus semillas, contenidas en frutos que son consumidos por animales que luego diseminan las semillas en sus defecaciones. A su vez, el control de algunas especies herbívoras por parte de las carnívoras evita que las poblaciones de las primeras se conviertan en plagas para los vegetales. Un buen ejemplo en este sentido pueden ser los pájaros carpinteros, que consumen numerosas orugas de especies que se alimentan de la madera de los árboles.

De la misma manera, los vegetales resultan igualmente imprescindibles, no sólo por la alimentación que proveen al conjunto de especies animales, sino también por otra serie de servicios que le brindan. Al amparo de la vegetación del monte numerosas especies del reino animal encuentran oportunidades para anidar o hacer madrigueras, para ocultarse de sus predadores naturales o hasta para trasladarse entre árbol y árbol a través de las enredaderas, como lo hacen muchos insectos.

Finalmente, hay otro grupo de seres vivos que resulta tan importante como los productores primarios y los consumidores: se trata de los descomponedores. Para mantener el funcionamiento del ecosistema, se requiere que los nutrientes extraídos del suelo por los vegetales vuelvan al mismo luego de ser utilizados por los distintos habitantes del monte. Estos nutrientes están contenidos en las distintas partes de los propios vegetales y en los cuerpos y defecaciones de los animales que se alimentan directa o indirectamente de los mismos. Cuando una hoja o rama cae al suelo, cuando un árbol o un animal muere, los nutrientes allí contenidos deben ser devueltos al ecosistema para su reutilización. Los organismos encargados de esta función son los descomponedores, que se alimentan de la materia orgánica muerta, liberando los nutrientes inorgánicos que contienen y poniéndolos nuevamente en el suelo a disposición de los vegetales. En esta tarea colaboran una amplia gama de seres vivos, tales como insectos, hongos y bacterias.

Es importante señalar que un árbol muerto en pie puede tener tanta o más vida que un árbol vivo, por lo que cumple una importante función en el ecosistema. En efecto, ese árbol está sirviendo de alimento, durante muchos años, a todo un conjunto de descomponedores, que a su vez son el alimento para otros seres vivos. Al mismo tiempo, resultan de gran utilidad para varias especies de aves que los utilizan como puestos de vigía ideales, tanto para prevenirse del ataque de predadores, como para ver con mayor facilidad a sus presas.

El conjunto de descomponedores mantiene el suelo vivo, reciclando permanentemente los nutrientes utilizados. Pero a su vez el monte en su conjunto colabora en la conservación del suelo. En efecto, en nuestro país los montes se ubican en las márgenes de los cursos de agua y en áreas serranas con pendientes más o menos pronunciadas. En el primero de los casos, el monte está sujeto a inundaciones periódicas, en tanto que en el segundo caso las aguas suelen escurrir rápidamente por el suelo cuando las lluvias son intensas. En ambos casos, el follaje y las raíces de los árboles ayudan a retener el suelo evitando así la erosión que ocurriría si el monte no estuviera allí.

Pero el agua no es sinónimo de destrucción, sino que fundamentalmente es sinónimo de vida. En nuestro país, el monte es un indicador de la cercanía del agua, ya sea superficial o subterránea, lo que en gran parte explica su presencia en algunas zonas y su inexistencia en otras. El ecosistema monte es tanto un usuario como un conservador y regulador del agua. Esquemáticamente, esto se puede explicar de la siguiente manera. Cuando llueve, el agua choca contra el dosel superior del monte, que amortigua su velocidad de caída. Luego las gotas van cayendo al interior del monte y chocando contra la vegetación existente al interior del mismo o fluyendo por las ramas y troncos de los árboles hasta llegar al suelo. A medida que el agua va llegando al nivel inferior, comienza a ser absorbida por el suelo esponjoso del monte, que evita que escurra superficialmente. Esto último sólo ocurre cuando el suelo está saturado de agua e incluso en este caso, el agua que escurre encuentra una serie de obstáculos (ramas, hojas, troncos, etc.) que evitan procesos erosivos de importancia. Parte del agua que penetra el suelo será luego utilizada por los componentes vegetales del monte y parte llegará a la napa subterránea de agua, que alimentará a los cursos de agua durante los períodos sin lluvia.

Lo anterior explica el funcionamiento del monte a grandes rasgos, pero la realidad es más compleja aún. En efecto, ningún ecosistema existe en aislamiento de los ecosistemas que lo rodean y que también interactúan con él. Según su ubicación, el monte puede tener como vecino a un ecosistema de pradera o a un ecosistema de humedal o a un ecosistema costero. La vegetación característica del monte rara vez puede invadir al ecosistema vecino. Sin embargo, esa zona donde termina un ecosistema y comienza el otro (conocida como "ecotono") es un área de tránsito hacia uno y otro ecosistema para una serie importante de animales, que pueden encontrar alimento en uno y cobijo en el otro. Tal es el caso de numerosas especies de aves, pero también de otros animales como el zorro, el tatú o la comadreja. Es común entonces que ese ecotono constituya la zona con mayor biodiversidad, puesto que allí se encontrarán las especies características de ambos ecosistemas.

Finalmente, es importante señalar que el ser humano es también un componente fundamental del monte indígena, puesto que su capacidad en la fabricación y uso de herramientas (desde el hacha hasta la motoniveladora), le han otorgado la capacidad de afectarlo en mucho mayor escala que cualquier otra especie animal o vegetal.

En el capítulo 3 analizaremos más detalladamente el proceso de destrucción del monte como resultado de la acción humana, pero aquí merece señalarse que no todo uso del monte es necesariamente negativo. En efecto, existen cientos o quizá miles de uruguayos que viven en gran medida del monte y de los bienes que éste les brinda, sin que ello resulte necesariamente en impactos graves, ni sobre la flora ni sobre la fauna. Si bien aún no documentado y menos aún cuantificado, es conocido el hecho de que cuando ocurren inundaciones comienzan a salir del monte una cantidad de "montaraces" de los que nadie tenía noticia, pero que efectivamente habitan en forma más o menos permanente numerosos montes del país, donde viven de la caza y de la pesca, tanto para su alimentación como para la venta de algunos de esos productos. También se puede mencionar otra gente que, sin vivir permanentemente en el monte dependen en gran medida del mismo, como los conocidos "calagualeros", "nutrieros" y numerosos pescadores de río.

El ser humano es entonces un componente más del ecosistema monte. Sin embargo, por su capacidad destructiva, en muchas ocasiones pasa a ser la especie predominante del mismo, en la medida en que afecta la supervivencia del ecosistema en su conjunto o a algunas de sus especies. Es precisamente por eso que no sólo se debe controlar esa capacidad, sino al mismo tiempo canalizarla hacia actividades positivas para el monte.

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