MONTE INDIGENA
Mucho más que un conjunto de árboles
por Ricardo Carrere

Capítulo 2
Montes distintos en ambientes diferentes

 

Hasta ahora hemos hablado genéricamente del ecosistema monte indígena como un tipo de formación que se diferencia claramente de otros ecosistemas, como por ejemplo la pradera. Sin embargo, existen a su vez diferentes tipos de montes, resultado de la adaptación de las especies que los componen a distintos ambientes naturales propios del país. Adicionalmente, la presencia de algunas especies vegetales es en algunos casos el resultado de la existencia de vías para la dispersión de sus semillas, como en el caso de algunas especies subtropicales que llegan a nuestro territorio bajando por el río Uruguay y que sólo se encuentran en el litoral oeste del país. Algo similar sucede en las quebradas del noreste, cuyos ambientes protegidos permiten la presencia de especies subtropicales provenientes del Brasil y que en nuestro territorio sólo se encuentran allí.

Los distintos ambientes han dado lugar entonces a distintos tipos de montes. Si bien en lo que sigue nos centraremos en el componente arbóreo de los mismos, es importante destacar que las diferencias en la disposición y composición de árboles dará también lugar a diferencias en la composición del resto de la flora y fauna que integran el ecosistema monte. Por ejemplo, un monte ralo y un monte denso albergarán una flora y una fauna con elementos comunes, pero también con elementos diferentes. Ello se debe a que algunas especies se adaptarán mejor a un monte ralo que a uno cerrado mientras que para otras la situación será la inversa. A su vez, la ausencia de determinadas especies determinará la ausencia de sus predadores, lo que aumentará la diferencia entre uno y otro tipo de monte.

Existen muchas formas posibles para clasificar los distintos tipos de montes. En este trabajo se los ha dividido primero en dos grandes grupos, tomando como único criterio su densidad, para luego subdividirlos al interior de cada grupo.

El criterio de densidad permite clasificar los montes en cerrados y abiertos. Los primeros serían aquellos que cubren con sus copas prácticamente la totalidad del suelo. En la categoría de montes abiertos se incluirían aquellos donde las copas de los árboles no cubren el suelo, por lo que están acompañados por especies típicas de otros ecosistemas como la pradera o el humedal.

MONTE CERRADO

Dentro de esta categoría se pueden distinguir claramente cuatro tipos distintos de montes, cuyas características reflejan el ambiente donde se desarrollan: ribereños, serranos, de quebrada y psamófilos (psamos=arena).

El monte ribereño

Este tipo de bosque se ubica acompañando los principales espejos de agua del país y se desarrolla tanto en las márgenes de los cursos de agua, como en las de las lagunas e islas vinculadas a los mismos. En el caso específico de los cursos de agua y lagunas del este del litoral sur, el bosque desaparece a medida que aumenta la salinidad, por lo que en su desembocadura en el océano se encuentran desprovistos de árboles.

El ancho del monte a ambos lados de los cursos de agua parece guardar relación directa con el relieve del terreno, que determina a su vez el área de inundación de la cuenca. En general, los montes que se ubican en llanuras de inundación amplias (como el caso del río Cebollatí) tienen un ancho considerable, que puede llegar a varios cientos de metros, en tanto que aquellos ubicados en ríos más encajonados tienden a ser de un ancho de cien o menos metros. Igualmente, el ancho de los montes en general es mayor en los sitios en que un curso de agua desemboca en otro y el caso más notorio es el del llamado Rincón de los Gauchos, donde se unen los ríos Queguay Grande y Queguay Chico, dando lugar a uno de los montes más extensos del país.

A su vez, existen importantes diferencias entre los montes ribereños del noreste y noroeste con los del centro y sur del país, donde los primeros se caracterizan por la presencia de especies de gran talla y de una fauna más diversa y abundante. Ello se debe a que muchas de esas especies vegetales y animales parecen alcanzar allí el límite sur de su dispersión, a lo que se suma una menor presencia humana que en los más poblados centro y sur.

La vegetación arbórea y arbustiva de este tipo de monte se desarrolla en general siguiendo un patrón similar, determinado en primer lugar por las necesidades hídricas de cada especie, a lo que se suman además sus necesidades edáficas (de suelo) y lumínicas.

En términos generales, el monte se dispone en tres franjas paralelas al curso de agua. Contra el margen se establecen aquellas con mayores requerimientos hídricos, tales como sarandíes, sauces, mataojos. Estas especies juegan un papel esencial en la conservación del curso de agua. Por un lado, protegen a las márgenes de la erosión, fijándolas con sus raíces y protegiéndolas en las inundaciones con su ramaje. Por otro lado, algunas de ellas (en particular los sarandíes) contribuyen a disminuir la velocidad del agua, con lo cual también ayudan a la conservación de la cuenca.

En la franja intermedia del monte se ubican aquellas especies con requerimientos hídricos menores a las anteriores, pero que a su vez no se adaptan a condiciones de sequía o a condiciones extremas de temperatura. Si bien muchas de ellas requieren bastante luminosidad, la mayoría se adapta al ambiente sombrío del monte durante su etapa juvenil y sólo llega al estrato superior en su estado adulto. La composición de especies varía bastante de un lugar a otro, pero es aquí donde en general se encuentran las especies de mayor porte como los laureles, azoita cavalo, tarumán, tembetarí, etc.

Finalmente, contra el borde exterior del monte se instalan las especies mejor adaptadas a resistir los extremos de temperatura, los vientos y la escasez de agua, que en general requieren a su vez de un nivel elevado de luminosidad. Entre las especies típicas se encuentran los molles, arueras, canelones.

Pese a lo antedicho, en muchos montes del país suele ocurrir que tanto contra el margen del curso de agua como en la zona externa del monte se encuentren las especies típicas de la zona intermedia. Ello no es un hecho fortuito, sino el resultado de la acción humana, que ha provocado cambios profundos en el régimen de muchos cursos de agua del país. Como resultado, las barrancas han sido erosionadas por las aguas, determinando la desaparición de las especies que allí se ubicaban, por lo que las de la zona intermedia han quedado contra el margen. En la zona externa, tanto las actividades de tala como el afán de agrandar los campos han significado la desaparición de la franja externa, por lo que también aquí las especies de la zona intermedia han quedado como límite externo del monte.

El monte serrano

En cuanto a extensión, el monte serrano es la segunda formación boscosa de importancia en el país luego del monte ribereño. Se trata de una formación que se desarrolla en áreas predregosas que incluyen cerros, sierras y asperezas, normalmente asociados a cursos de agua y manantiales.

Si bien es un tipo de monte muy modificado por el ser humano, normalmente se caracteriza por una vegetación relativamente alta en las faldas, que va disminuyendo en altura a medida que asciende, siendo sus árboles sustituidos por arbustos al aproximarse a la cima, normalmente ocupada por vegetación herbácea. Si bien en la actualidad es un monte relativamente bajo, es necesario remarcar que esa no es una característica típica del monte, sino el resultado de las actividades de corta llevadas a cabo desde hace muchos años. Por ejemplo, en los actuales montes achaparrados de la zona de Pan de Azúcar antiguamente se podía transitar bajo los mismos a caballo, según aseguran viejos pobladores de la zona. Ello se debe a que los árboles nacidos de semilla normalmente tienen un solo fuste, en tanto que los rebrotes de árboles cortados están constituidos por varios fustes más bajos, lo que convierte a un monte alto en otro achaparrado.

Este tipo de monte cumple una función primordial en la conservación de las cuencas hídricas, dado que se ubica en las nacientes de prácticamente todos los cursos de agua que tienen su origen en nuestro territorio. Siendo que a su vez se desarrolla sobre suelos con pendientes pronunciadas, su presencia es vital para evitar la erosión. Pese a ello, la superficie ocupada por el monte serrano ha disminuido sensiblemente, habiendo siendo sustituido o por praderas (salpicadas de los pocos árboles que lograron sobrevivir) o por plantaciones de eucaliptos que afectan negativamente el funcionamiento hidrológico de las cuencas.

Pero el monte serrano no sólo ha disminuido sustancialmente en superficie, sino que además ha sido profundamente modificado en cuanto a su composición de especies vegetales. Ambos procesos (disminución en superficie y en especies) han generado a su vez graves impactos sobre las especies de fauna que de él dependen.

Los cambios en la composición del monte se producen normalmente por la producción de leña. Los leñadores cortan selectivamente los árboles cuya leña es de mayor calidad (en particular coronilla, guayabo colorado, palo de fierro, molle, etc.), dejando sin cortar aquellos que no son buenos como combustible (como canelones, ombúes o palmas), o que evitan cortar por temor a la alergia que pueden producir (como la aruera) o que son arbustos (como el romerillo, la congorosa o la espina de la cruz). El resultado es que en el monte comienzan a predominar las especies no cortadas y a desaparecer o disminuir sensiblemente las más buscadas, con lo que resulta un monte empobrecido en especies vegetales y que por ende conlleva modificaciones en las especies de fauna que lo pueblan.

Sin embargo, es importante señalar que tanto la flora como la fauna que lo componen tienen una gran capacidad para regenerarse en la medida en que la presión humana y ganadera disminuye. En efecto, normalmente alcanza con que un establecimiento agropecuario sea abandonado durante algunos años para que empiecen a reaparecer y aumentar las poblaciones de vegetales y animales que lo caracterizan, entre las que por ejemplo se encuentra el pequeño venado guazubirá.

El monte de quebrada

En Uruguay existen numerosas quebradas que se extienden desde el norte hasta el sureste. Se trata de valles profundos excavados por cursos de agua, con paredes rocosas de pendiente muy pronunciada y a veces casi verticales. El ambiente húmedo, con menor luminosidad y protegido de los vientos determina un microclima muy particular que a su vez da lugar a un tipo de monte con características propias. Los árboles son aquí mucho más altos y con mayores diámetros, pese a que en general se trata de las mismas especies que en otros tipos de montes adquieren dimensiones menores a las que aquí alcanzan. Es así que se encuentran árboles de más de 20 metros de altura y diámetros que superan el metro. Su composición es también diferente, con predominancia de varias especies de laureles, guaviyú, palo de jabón, azoita cabalho y guayabo, que descollan por su tamaño.

Otra característica que lo diferencia de los demás tipos de monte es que la vegetación se dispone en varios estratos en el plano vertical. En el estrato superior se ubican algunas de las especies mencionadas en el párrafo anterior, con una altura promedio de 15 a 20 metros. Por debajo hay un segundo estrato, con alturas de 5 a 7 metros, compuesta por especies de menor talla como el plumerillo, blanquillo, chal chal, naranjillo y otros. Finalmente, a nivel del suelo es común la presencia de distintas especies de helechos, entre los que en algunos casos aparece el helecho gigante. Uniendo los tres estratos se encuentran numerosas plantas trepadoras y epífitas.

Es éste probablemente el tipo de monte mejor conservado del país, en gran medida debido a las dificultades que implica su explotación por lo escabroso del terreno. Es además uno de los más atractivos del punto de vista turístico, ya que el monte se encuentra en un ambiente muy diferente al del resto del territorio, con cursos de agua caracterizados por la presencia de numerosas cascadas y los altos murallones de piedra que los bordean.

El monte psamófilo

Este tipo de monte se desarrolla en el litoral platense y oceánico del país, desde Colonia hasta la frontera con Brasil. En el litoral oceánico se encuentra a cierta distancia del mar (nunca a menos de 600 metros), al resguardo de los médanos, debido a los fuertes vientos y salinidad reinantes, en tanto que en el litoral platense el monte se aproxima más a la costa, ubicándose en el primer cordón de médanos, a unos 100 metros del agua.

Se trata de un monte relativamente bajo, conformado por árboles, arbustos, tunas, hierbas, enredaderas y epífitas. Si bien su composición de especies no difiere sustancialmente de la de los montes ribereños y serranos del sur, "por su particular asociación y localización, constituyen formaciones únicas en la región" (Alonso y Bassagoda, 1999). Entre los árboles destacan el canelón, molle, aruera, coronilla, tala, arrayán y chal chal, pero también son típicas especies como las tunas, la espina de la cruz y la envira. Estas tres son particularmente importantes para asegurar la supervivencia de este tipo de monte.

En efecto, el monte psamófilo está en grave peligro de desaparición por varias razones. En primer lugar porque, a diferencia de otros montes del país, le ha resultado muy difícil resistir a la acción combinada del ser humano y el ganado. Ello se debe a que se trata de un ecosistema en equilibrio muy inestable por las peculiaridades del sitio que ocupa, caracterizado por arenas móviles, fuertes vientos, recalentamiento de la arena, elevada salinidad en el aire. Sin embargo, salvo en las zonas más turísticas, ha logrado sobrevivir gracias a las tres especies que mencionábamos en el párrafo anterior. En efecto, prácticamente la totalidad de estos montes han sido cortados por lo menos una vez. Los árboles indígenas rebrotan luego de cortados, pero el ganado se va comiendo los rebrotes, por lo que impide su crecimiento. Y aquí es donde entra a jugar su papel la envira, que no es consumida por el ganado. Dado que se trata de una planta bastante extendida horizontalmente, protege del ganado a las plantas de otras especies que nacen entre su follaje, por lo que asegura así la supervivencia de las otras especies del monte. Un papel similar es cumplido por la espina de la cruz y las tunas, que con sus espinas no permiten que el ganado pueda comerse las plántulas de otras especies.

Pero si bien la tala para la obtención de leña y el pastoreo han sido dos factores negativos muy importantes para la conservación de este tipo de monte, el principal problema ha estado (y sigue estando) constituido por el desarrollo turístico, en particular en el este del país. En muchos de los actuales balnearios, la división en solares fue a menudo precedida por la plantación de pinos y acacias para contener el movimiento de las dunas. Esas y muchas otras especies introducidas ahora se reproducen espontáneamente y han invadido prácticamente toda la costa, ocupando así el espacio que le corresponde a este tipo de monte. Al mismo tiempo, la creación de balnearios implicó la construcción de carreteras, ramblas, calles y viviendas, que seguramente acabaron definitivamente con los pocos montes que allí quedaban.

Los remanentes que se han salvado siguen corriendo grave peligro, ya que se encuentran ubicados en zonas de alto valor económico debido a su potencial para el desarrollo urbanístico para el turismo. Urge entonces la adopción de medidas para asegurar la conservación de este tipo de monte, que sólo se desarrolla en nuestro país.

Formaciones especiales dentro del monte cerrado

Según la predominancia de algunas especies, el monte recibe distintas denominaciones. Es así que se distinguen los "ceibales" y carobales", en los casos en que predomina el ceibo o el carobá. Sin embargo, en su mayoría forman parte de algún tipo de monte cerrado dentro del cual forman grupos casi puros.

Hay un caso que merece claramente ser destacado y es el monte de ombúes, por tratarse también de un caso único en el mundo. En el país existen varios montes de ombúes, siendo el más conocido y a la vez el más extenso el de la laguna de Castillos. Si bien está acompañado de otras especies como coronilla, tala, chal chal, ceibo y otras, la especie predominante es el ombú, que alcanza diámetros muy gruesos y cuyas concavidades sirven de refugio a especies de la fauna nativa.


MONTE ABIERTO

En el momento actual hay cuatro tipos de montes abiertos, aunque como veremos es probable que en el pasado hayan existido solo tres. En esta categoría se incluye el monte de parque, el monte de mares de piedra, el monte ralo de transición y el palmar.

El monte de parque

Se trata de una formación típica de la cuenca del río Uruguay, presente desde Artigas hasta Colonia, que se caracteriza por la presencia de especies arbóreas y arbustivas que se desarrollan dispersas en un tapiz vegetal de pradera. En este caso es de señalar que el hecho de ser un monte abierto es una característica natural del mismo y no el resultado de modificaciones introducidas al mismo.

En términos generales se lo encuentra ubicado entre el monte ribereño y la pradera típica desprovista de árboles. Si bien está compuesto por numerosas especies, las más comunes son el algarrobo, el ñandubay y el espinillo y según cual predomine se lo denomina algarrobal, ñandubaysal o espinillar. Hacia el sur del país también se distinguen los talares, en los que predomina el tala. Dentro de las especies leñosas, son comunes también el chañar, cina cina, molle, tala, coronilla, etc. y en determinados tipos de suelos alcalinos (blanqueales), se desarrollan el quebracho blanco, la palma caranday y algunas otras especies.

Es uno de los tipos de monte más degradados y en mayor peligro de desaparición debido a varias razones, entre las que las principales son la tala y la sustitución por cultivos agrícolas. La gran presión de tala que han sufrido y sufren se debe a que la madera de algunas de sus especies (en particular algarrobo y ñandubay) es de excelente calidad para la fabricación de postes de alambrado y construcciones rurales, así como para la fabricación de parquet. A su vez, esas y otras de las especies que lo componen resultan excelentes como combustible, tanto en forma de leña o de carbón. En cuanto a su sustitución por cultivos agrícolas, ello se debe a que en general se encuentran instalados sobre suelos de elevado potencial agrícola, por lo que numerosos de estos montes han sido totalmente eliminados para ser destinados a ese objetivo.

Es interesante señalar lo que ha ocurrido en muchos de estos montes. Una vez cortados y destoconados los árboles, el suelo fue destinado a cultivos agrícolas. Cuando por distintos motivos se dejó de hacer agricultura en los mismos, se comenzaron a poblar de espinillos que invadieron campos enteros. Es así que hoy existen cientos de hectáreas de campos cubiertos por un denso monte donde la especie casi única es el espinillo. Es decir, que el monte de parque abierto ha sido sustituido por un espinillar cerrado. Si bien esto podría ser percibido como algo positivo (una mayor superficie boscosa), en realidad constituye una forma grave de degradación del monte de parque.

De la misma manera que ese espinillar es en realidad un falso monte cerrado, también existen falsos montes de parque. En efecto, en numerosos sitios del país existen montes ralos que se asemejan al monte de parque en el sentido de que se trata de árboles dispersos en la pradera. Sin embargo, estos montes no siempre fueron ralos, sino que han sido modificados de esa manera por actividades humanas vinculadas a la tala, al incendio y a la ganadería combinados. Un proceso común que lleva a esta situación comienza por la apertura de "picadas" en el monte para facilitar el acceso al agua al ganado. A partir de las picadas se comienza a extraer leña a ambos lados, cortando los árboles más adecuados para ese fin (en particular de madera dura) y dejando así claros en el monte. El ganado se va encargando luego de comer los brotes de los árboles talados y el resultado final es una pradera arbolada con aspecto de monte de parque. Otro proceso común de conversión a falso monte de parque es la tala completa en áreas boscosas serranas que son luego sometidas a pastoreo. Algunos pocos árboles del monte original logran sobrevivir, dando lugar al "típico" paisaje serrano de muchas partes del país

El monte de mares de piedra

Otro tipo de monte ralo es el que se desarrolla en los llamados "mares de piedra", en el que los árboles y arbustos alternan con bloques de granito y con áreas de tapiz herbáceo. Quizá el mar de piedra más conocido sea el de Sierra Mahoma (San José), pero también está el de Mal Abrigo y otros más pequeños en diversos puntos de los departamentos de Colonia, San José, Florida, Durazno y Canelones. En algunos de ellos se desarrollan montes ralos similares al de Sierra Mahoma, en tanto que otros están cubiertos de matorrales o chircales.

Este tipo de monte, descrito en detalle por Chebataroff (1944) contiene algunas agrupaciones de árboles que apenas llegan a formar algunas espesuras, siendo mucho más generales las asociaciones de tres o cuatro especies o aún la presencia de árboles aislados. Las especies arbóreas y arbustivas son casi siempre muy espinosas o muy leñosas, alcanzando alturas medias de 4 a 5 metros, llegando pocas veces a 10 o más metros. La característica más notable de estos montes es la alternancia de los árboles y arbustos con los bloques pétreos, e incluso el crecimiento de las especies leñosas en las hendiduras de los mismos.

La especie arbórea que alcanza mayor desarrollo en el mar de piedra es el canelón, por lo que, sin ser muy abundante, es la más aparente. Junto al canelón, pero cubriendo áreas más extensas y adoptando casi siempre la forma arbustiva, aparece el guayabo colorado. Otras especies importantes son el blanquillo, palo de leche, molle, tala, tembetarí, tarumán, sombra de toro, chal chal, espina amarilla y congorosa.

Es importante señalar que, pese a que en el pasado el monte de Sierra Mahoma sufrió ciertos procesos de degradación vinculados a la acción humana (en particular tala y explotación ganadera), en la actualidad se encuentra parcialmente protegido por iniciativa de los propietarios de un establecimiento que contiene parte de este ecosistema único. Lamentablemente, no puede decirse lo mismo de otras áreas de éste y de los demás montes de mar de piedras, cuyo futuro está ligado a decisiones privadas que pueden ser tanto positivas como negativas para su conservación.

El monte ralo de transición

En algunas zonas del país existen montes ralos naturales, particularmente como transición entre un tipo de monte y otro. Por ejemplo, entre monte ribereño y serrano o entre serrano y de quebrada. No se diferencia mayormente de ninguno de ellos en cuanto a su composición en especies arbóreas, pero su carácter de monte abierto implica cambios sustanciales en cuanto a la presencia de especies de flora y fauna que se benefician de estas características.

El palmar

Si bien en el país hay varias especies de palmas, sólo dos de ellas (butiá y yatay) forman palmares casi puros. Los palmares más extensos son los de butiá en el este del país, vinculados a tipos de suelos pesados y húmedos. En el noroeste (fundamentalmente en Paysandú) se encuentran los palmares de yatay, que se desarrollan sobre suelos mejor drenados y arenosos. La palma pindó (también llamada chirivá) está presente en gran parte de los montes del país (a veces en gran abundancia), pero sólo excepcionalmente como formación pura.

En el caso de los palmares de butiá y yatay, resulta claro que las actividades humanas han modificado sustancialmente al palmar original. En efecto, en casi todos los casos están constituidos exclusivamente por ejemplares adultos, sin que exista regeneración. La explicación es muy simple: el ganado (y los cerdos en Rocha) se come los brotes de las semillas que germinan, impidiendo así la existencia de palmas jóvenes. Tanto en Rocha como en Paysandú es posible ver numerosas palmas jóvenes fuera de los predios ganaderos, como por ejemplo entre el alambrado y la carretera o al lado de las líneas férreas, lo que prueba que las palmas se regeneran sin problemas ante la ausencia del ganado.

Lo que aún no se ha podido determinar con certeza es si los palmares originalmente constituían formaciones puras o si estaban asociados a otras especies leñosas típicas de las zonas en que se desarrollan. Si bien parece poco probable que siempre hayan sido palmares puros, no parecen existir dudas en cuanto a que eran montes cerrados, ya que esa es la situación que se da cuando la inexistencia de pastoreo permite su regeneración. Es decir, que hoy se deben clasificar como montes abiertos aunque en realidad pertenecen a la categoría de montes cerrados.

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