MONTE INDIGENA
Mucho más que un conjunto de árboles
por Ricardo Carrere

Anexo 5

Reforestación con especies indígenas:
un ejemplo a promover
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En el país existe muy escasa experiencia en cuanto a actividades de reforestación, es decir, a la repoblación con especies indígenas de áreas anteriormente cubiertas por monte. Es por ello que merece destacarse la experiencia acumulada por Guillermo Macció en su establecimiento ubicado en el departamento de San José, en las cercanías de Ecilda Paullier. Pero al mismo tiempo que expresar nuestro homenaje a esta iniciativa que creemos inédita, consideramos importante documentar y compartir parte de las lecciones aprendidas, con el objetivo de fomentar y facilitar más iniciativas de este tipo. Toda la información contenida de aquí en adelante me fue proporcionada por Macció durante la visita realizada a su establecimiento en setiembre de 2001.

Lo primero a destacar es la motivación detrás de una actividad de este tipo, plagada de incertidumbres y dificultades, sin ningún tipo de apoyo oficial y donde la ganancia monetaria no juega ningún papel. ¿Por qué, entonces? La respuesta es tan sencilla como profunda: "Porque el acto de plantar es un acto de creación, y además porque una persona que tiene acceso a la tierra en Uruguay debe hacer un esfuerzo para restaurar la naturaleza que hemos degradado", explicó Macció.

Con esa motivación, en 1989 comenzó esta experiencia en un predio de 500 hectáreas, muy degradado por una antigua actividad agrícola que generó agudos procesos de erosión y de la que quedan 14 taperas dispersas en el predio como mudos testigos de la tragedia. Al momento actual lleva plantadas 55 hectáreas (en las que se impide el acceso al ganado), con un total de 9.000 plantas vivas; la meta es llegar a la plantación de 250 hectáreas. Esa meta no es casual, lo que se pretende es plantar solamente aquella área del predio que originariamente estaba cubierta de monte y dejar sin plantar el área que siempre estuvo cubierta por pradera.

Cada año se plantan en promedio 500 árboles, que es el número que la experiencia ha enseñado que se puede cuidar adecuadamente para asegurar su sobrevivencia. Pero incluso antes de plantar comienzan los problemas, ya que resulta muy difícil conseguir plantas indígenas en Uruguay y a un precio accesible. El estado, que antes producía plantas en el vivero nacional de Toledo, ha resuelto dejar de producirlas. Lo mismo ha sucedido en el vivero municipal de Durazno, que solía producir especies indígenas, pero que ahora se centra en la producción de pinos y eucaliptos. Existen además muy escasos viveros particulares que produzcan este tipo de plantas y a su vez se ven enfrentados a la inexistencia de un mercado de semillas de especies nativas. Ello hace que algunas especies sean muy difíciles de conseguir y que además el precio de algunas de ellas (como el guaviyú) sea muy elevado. El problema se vuelve más grave aún si se tiene en cuenta que para regenerar el monte no alcanza con tener un ejemplar de una especie rara (lo que Macció califica de "exotismo"), sino que se requiere plantar al menos 50 ejemplares de cada una para que tenga sentido desde el punto de vista ecológico.

A esas dificultades iniciales se suma el hecho de no recibir ningún tipo de apoyo por parte del Estado. Por un lado, porque el Estado no tiene una estructura para dar asesoramiento en materia de plantación de especies nativas, y por otro lado, porque no fomenta esta actividad. De acuerdo con la legislación forestal, las áreas cubiertas por monte indígena pueden recibir exoneración impositiva, pero en la rigidez burocrática parece no caber la posibilidad de exonerar a las áreas reforestadas con especies nativas. Sin embargo, se exonera de impuestos y se subsidia a quienes plantan eucaliptos y pinos...

El tercer problema es la falta de conocimiento. Los botánicos y especialistas hasta ahora se han centrado más en el reconocimiento y características de especies individuales que en el comportamiento de las especies en su hábitat natural, en particular sobre sus formas de asociación y sucesión. Es decir que no se conoce la dinámica de la formación de un monte, por lo que gran parte del conocimiento acumulado en esta experiencia en San José se ha tenido que basar en aprender de los errores. Y vaya si se ha aprendido.

Para Macció, el criterio para definir qué especie se planta en qué lugar pasa primero por imaginar el paisaje a partir de la observación del monte, identificando las especies dominantes y buscando su recomposición. Luego se verifica si el suelo y el perfil son idóneos, incluyendo el declive del terreno. Otro elemento importante es la radiación solar que las plantas van a recibir. En cuanto a asociaciones, es decir, cuáles especies crecen mejor asociándose con otras, el conocimiento se ha basado en la observación del monte espontáneo y de allí se han extraído las lecciones.

La plantación se realiza en julio, agosto y setiembre, ya que la experiencia ha enseñado que es un error plantar en otoño. Todas las especies se plantan en pozos hechos a mano y con pala apropiada, siendo desaconsejado el uso de barrenas manuales o mecánicas porque "sellan" los pozos. El tamaño de los mismos puede variar de acuerdo con el tamaño del terrón o de la planta a plantar, pero en promedio tienen unos 40 cms de diámetro y otro tanto de profundidad. Una vez abiertos, se dejan airear durante dos o tres días y luego son rellenados con la tierra colocada en sentido inverso, es decir, la más superficial en el fondo y la más profunda en la superficie. Finalmente, se complementa con tierra preparada y mezclada con estiércol de caballo y un poco de arena dulce. Antes de colocar la planta en el pozo se clava un tutor o estaca cortado a medida, con el objetivo de identificar la planta y de atarla para protegerla del movimiento causado por el viento.

En cuanto a las dificultades concretas para la sobrevivencia de las plantas luego de su plantación, el viento es el peor problema, porque provoca un estrés en el sistema foliar y lo deshidrata. Al mismo tiempo sacude a las plantas, lo que provoca que se abra el hoyo y la planta pueda morir o caer, por lo que es necesario ponerles tutores.

El segundo problema en importancia es el sol, ya que la mayoría de los árboles indígenas son sensibles al exceso de insolación, en particular cuando es acompañado de situaciones de sequía. Los más resistentes son el coronilla, el carobá, la aruera, la anacahuita y el palo de jabón. En cuanto al guayabo colorado, resiste bien, pero se retrasa su crecimiento. A su vez, varias especies, como el plumerillo, sobreviven, pero pierden la forma de tallo único y adoptan ramificaciones múltiples desde la base. Dado este problema, el riego es imprescindible durante los primeros años para asegurar la sobrevivencia de las plantas.

La helada es el tercer problema, pero sólo para algunas pocas especies, entre las que se destacan el tembetarí, la congoña, el tala blanco, el ceibo, el chal chal, el cambuatá y el zapirandí. En cambio la mayoría de las demás son resistentes a la helada.

También existen otros factores que pueden afectar a la plantación. A diferencia de lo que sucede en el caso de las plantaciones de pinos y eucaliptos, la hormiga no constituye un problema importante y fundamentalmente ataca a la anacahuita. La liebre es un problema mayor (en particular para aquellas de tallo delgado como tembetarí, algarrobo, mimosas, etc.) y exige la protección individual de cada planta con una estructura metálica. La cotorra es un problema grave para las especies con espinas (como algarrobo, espinillo y tala), que son las preferidas cuando construye sus nidos en los meses de junio y julio. El zorrillo y el tatú también pueden constituir un problema, porque escarban cerca de las plantas buscando alimentos, pudiendo así afectarlas. Es por eso que no se debe aporcar ni carpir alrededor de las plantas y sólo se recomienda cortar el pasto alrededor de las mismas.

Dados todos esos factores, existen diferencias en cuanto a la facilidad o dificultad para la sobrevivencia de las distintas especies. Las más resistentes son el palo de jabón, carobá, guayabo colorado y aruera, consideradas como "colonizadoras" y lo mismo ocurre en suelos adecuados con el tarumán. Es por eso que esas especies son plantadas en primer lugar, a fin de crear un ambiente apropiado para el establecimiento de otras especies menos resistentes. Otras especies también muy resistentes son las mimosas, de las que hay plantadas unas siete especies. Un caso particular es el tala, dado que los ejemplares plantados no se secan, pero no crecen. En cambio, los talas que nacen espontáneamente tienen un crecimiento muy rápido. Por lo tanto, la mejor forma de hacer un talar es encontrar un árbol existente y cercarlo. En poco tiempo, dentro del cerco habrá numerosos talas, que crecerán muy rápidamente.

En términos generales, las plantas sobrevivientes pasan por un período de quietud de 3-4 años, cuando no se las ve crecer (la anacahuita es un caso aparte, ya que o bien crece muy rápido o bien no crece nada). Pasado ese plazo, las más rápidas son el palo de jabón, el romerillo, la anacahuita y los laureles (negro y miní). El canelón también crece rápido, pero requiere ser plantado dentro del monte, donde haya una "chimenea" (un claro en el dosel del monte), para que crezca recto y con un fuste limpio. En caso contrario, si es plantado a campo abierto, adopta una forma piramidal totalmente diferente y crece menos rápido. El tembetarí, el molle y algunas otras especies son de crecimiento lento.

Uno de los resultados que ya se perciben en el área plantada es que el ambiente ha cambiado totalmente como resultado de la presencia de árboles y arbustos cada vez más grandes. Ello facilita las plantaciones posteriores, puesto que estarán menos expuestas al viento, al exceso de insolación y a los extremos de temperatura que las primeras plantas.

Además, ese cambio se manifiesta también en la regeneración espontánea de muchas especies, como por ejemplo coronilla, tala, molle, carobá, azara, anacahuita, arueras, murta, guayabo colorado, sombra de toro, palma pindó, laurel negro, rama negra. Otras especies se regeneran de raíz, como los casos del tarumán, palo de fierro y guayabo colorado.

El cambio de ambiente también se refleja en la presencia de la numerosa fauna que interactúa con el monte, tal como la de aves que se alimentan de determinadas especies y ayudan a su dispersión y regeneración espontánea. Entre otras, los pájaros son grandes diseminadores del tala, el molle, el azara, la lantana, el arazá, el guayabo. Como dato curioso, el zorro come frutos de los guayabos del país plantados (que presentan gran vigor), ayudando también así a la dispersión de las semillas en sus deyecciones.

Como está claro que un monte no es una colección de árboles, también se están plantando unas doce especies de trepadoras, que son las primeras en desaparecer por la presencia de ganado, agregando así un componente más a la plantación para que se pueda ir constituyendo en un verdadero monte.

Hasta la fecha se han introducido o reintroducido unas 125 especies arbóreas y arbustivas, siendo la meta incorporar la totalidad de las especies identificadas para el Uruguay.

Todo lo anterior es apenas una muestra de lo mucho que Macció ha ido aprendiendo en la práctica y que está dispuesto a compartir con quienes quieran aprender. No como simples técnicos o especialistas, sino como uruguayos y uruguayas dispuestos a "hacer un esfuerzo para restaurar la naturaleza que hemos degradado".

 

* Con base en información aportada por Guillermo Macció, San José

 

 


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