Manettia cordifolia

Agradecemos a Horacio Cazalás el envío del siguiente texto sobre “Manetia cordifolia. Algunos apuntes sobre trepadoras”  donde comparte sus reflexiones sobre el tema. El documento puede bajarse en formato pdf aquí http://www.guayubira.org.uy/wordpress/wp-content/uploads/2014/03/manettia-cordifolia.pdf

Manettia cordifolia

Algunos apuntes sobre trepadoras. Por Horacio Cazalás (*)

Mis credenciales

No tengo títulos, ni estudios curriculares de clase alguna, que acompañaran mi interés de siempre por la Naturaleza con mayúscula, y en especial por árboles y plantas. Allá por1970 le llevé a Lombardo unas malas acuarelas de dos o tres trepadoras, con la no muy secreta ilusión de que las incluyera en su trabajo sobre el tema. No debe haber sido muy rencoroso el hombre, porque cuando le comenté que había conseguido su Flora Arbórea y Arborescente editada en 1946, me dijo “aquí tiene otra más completa”, y puso en mis manos la de 1964. Ese librito cambió literalmente mi vida. En gran parte por su culpa, tengo actualmente cultivadas ciento cincuenta y dos especies de árboles indígenas, y otras tantas de trepadoras, de las cuales sesenta también indígenas.

manettia

Juana de Ibarbourou

Se ve que desde siempre me impresionaron las trepadoras. Cuando a Eduardo Víctor Haedo se le ocurrió asumir en Mercedes la presidencia del Consejo Nacional de Gobierno, hizo venir en el avión que traía la delegación, a Juana de Ibarbourou. La fui a buscar al AeroClub y después la llevé de paseo. En la vuelta de Carrasquito contra el Dacá, le mostré los arabescos que sobre los troncos de los eucaliptos diseñaban los tenues trazos de los tallitos ascendentes, mediante sus pequeños garfios, de la Doxantha unguis-cati. Se salvaban, de momento, de los afanes de prolijidad que reiteradamente se empeñaban en mantener limpitos los troncos, y que por supuesto les impedían desarrollar las espectaculares flores amarillas que caracterizan la planta. Claro que por aquellos años, ni con flores ni sin ellas, hubiera yo sabido cómo se llamaban.

Con la dulzura y sencillez de un alma grande, me regaló Juana entonces la historia de la trepadora enamorada de su soporte, que cuenta la mitología, y cuyos nombres no retuve, o se los llevó el tiempo. Tantos nombres, epítetos y demás, que me aprendí con los años, y vengo a olvidarme justo de los del relato de Juana.

Le debe haber llegado nuestra coincidencia de gustos y emociones, porque en la mesa familiar, prometió que iba a volver a Mercedes “cuando se case Horacito”. Otras urgencias nos llevaron con la compañera de mi vida a otros senderos, no menos ornados de trepadoras.

¿Enredaderas o trepadoras?

Tiene sentido la distinción, por cuanto si bien las llamamos comúnmente enredaderas, y lo son la mayoría, hay otras trepadoras que se valen de púas o espinas, zarcillos o raicillas adventicias, o discos adherentes, y aun enroscan los pecíolos de sus hojas, para abrirse camino entre la ramas de los árboles o subir por peñas y paredes, ya que lo que diferencia a las trepadoras en general de las plantas autoportantes, es su incapacidad de mantenerse erguidas sin valerse de apoyo, ya se enreden en éste o trepen mediante los otros recursos ya señalados. En cuanto a las enredaderas en sentido estricto, la cualidad de enredista y su connotación peyorativa, trata a veces de disimularse, sin mayor éxito a mi entender, endilgándole el término “voluble”, que en el caso no refiere al carácter cambiante, válgame Dios, de “la donna è mobile”, sino a la propiedad de esas plantas de describir voluptuosas volutas alrededor del soporte elegido, para acercarse a la luz, que es la finalidad a la que tienden.

Algo sobre clasificaciones

La necesidad de identificar a los seres vivos, aunque más no sea para aprovecharnos de sus propiedades, y no tomar un té de yedra ponzoñosa, ha llevado a asignarles nombres válidos en todas partes, y a encasillarlos por caracteres comunes. Se han agrupado así en familias (y éstas en órdenes) de lo cual resultan a veces las más peregrinas asociaciones, que hacen pensar en familias … mal avenidas. Para clasificar las plantas, a la espera de que estudios a nivel tisular y de la célula permitan determinar la filotaxia o parentesco dentro de la escala evolutiva, se ha recurrido a los caracteres externos o morfológicos apreciables más o menos a simple vista, en especial de los órganos florales. Que si ovario súpero, que si ovario ínfero, que la corola tal, que posee o no tales aditamentos. Y dentro de las familias, cada entidad más o menos estable, recibe un género que viene a ser como su apellido, y un epíteto específico, que hace las veces de nombre propio. (En la que incluye esta nota, le pusimos, además, como ya veremos, sobrenombre o apodo).

La que a partir de ahora nos interesa, es una rubiácea. Comparte por tanto dicha familia con plantas de singular prestigio, como lo son el café (Coffea arabica) y la productora de quinina (Cinchona officinalis), el primero pretexto de tertulias en todo tiempo pasado que fue mejor, y la segunda responsable de la penetración más o menos civilizatoria en áreas normalmente inhóspitas.

Integra también dicha familia la Gardenia jasminoides o jazmín del Cabo, y a la escala modesta de nuestra flora, similar por sus hojas a esta última, la Psychotria carthagenensis, que gusta lucir junto al agua sus vistosas frutitas rojas, a veces hace como que desaparece, y retorna al año siguiente. Creo que es también una rubiácea la famosa “uña de gato” peruana, cuyo nombre no tengo a mano, ah, sí, uncaria tomentosa, una gruesa liana que se usa contra el cáncer, y que según explicó un chamán que hace un tiempo vino a hablar de ella, debe tomarse en comunión con otra planta de la zona, algo así como el yin y yan de los chinos.

Digamos al pasar que como confirmación de la escasa credibilidad de los nombres comunes (se usan varios distintos para una misma planta, o lo que es peor, el nombre vulgar designa a distintas entidades que nada tienen que ver) no sería de extrañar que teniéndolas a mano como las tenemos, nos sintiéramos tentados de vender bajo este rubro tanto la ya aludida bignonia de flores amarillas, o la fastidiosa favácea Acacia bonariensis, que ambas se conocen como “uña de gato”, aunque no se les descubra afinidad botánica con la peruana; esperemos que en el futuro se rehabiliten revelando propiedades medicinales aún superiores.

La Sulphurata

Sin ser propiamente avara, tampoco es demasiado pródiga en colores nuestra flora escalante. Más bien debe buscarse su encanto en la armonía de líneas, conjugados sus tallos con los ya de por sí retorcidos fustes de nuestros árboles nativos. Las proporciones perfectas del follaje de la Dioscorea sinuata, de un verde yo diría alegre, no desentonan sino que combinan a la perfección con sus florecitas blanquecinas, pero evidentemente nadie la buscaría para ponderar sólo su floración. Así muchas otras reclaman nuestra admiración por el colorido de las hojas, o por la estructura de la masa de sus tallitos salpicados de globitos naranja, caso del Relbulnium hypocarpium. También los frutos vistosos de la Paullinia elegans valen por sí solos para su destaque a la vera de los cursos de agua que concurrirán a su propagación.

Pero con flores importantes ya no son tantas, y en la gama del rojo, aparte del Camptosema rubicundum que parece talmente un ceibito, y del carmín de la Mutisia coccinea (var.dealbata), no deben ser muchas. Así que cuando encontré en el tomo de Nuestra Tierra de Plantas Ornamentales por Eduardo Marchesi la referencia a una trepadora de flores rojas no es de extrañar me sintiera inundado de santa pasión. Cualquier hincha de fóbal, de esos que hacen miles de kilómetros para ver un partido, me comprenderá. ¿Por qué no habría yo de hacer un modesto viaje a Salto? Pero de allí a hallar la Manettia cordifolia es otro el cantar, así que a nivel familiar, pasó a ser La Sulphurata.

Parece que era ésta una cajita de fósforos, o algo así, dificilísima, en una historieta de Isidoro Cañones. Uno tiene su cultura. Claro que valió la pena encontrarla. El contraste del verde brillante de sus hojas con el bermellón de las estilizados tubitos (rojo con gota de amarrillo) la hicieron desde entonces mi preferida. Enamoramiento de por vida.

Descripción

A falta de mejor literatura, tomamos de la Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería (pag. 880) los caracteres del género: “Flores actinomorfas hermafroditas. Cáliz con el tubo unido al ovario y el limbo 4-5 partido, provisto a veces de dientes accesorios. Corola infundibuliforme o tubulosa, con el limbo 4-5 fido. Estambres 4-5, insertos en las fauces de la corola; filamentos filiformes. Ovario ínfero, bilocular, con los lóculos pluriovulados; estilo filiforme; estigma bilobulado. Fruto cápsula bilocular, bivalva. Plantas herbáceas o subleñosas, volubles, de hojas opuestas, aovado-oblongas o subcordadas, estipuladas, y flores axilares, solitarias o inflorescencias plurifloras”. Hay 40 especies de regiones cálidas de América, y el nombre es en honor del botánico italiano Javier Manetti.

La especie que nos ocupa, tiene el limbo partido en cuatro, y en cada cesura asoma un estambre amarillento. Prospera cerca del agua, y la he hallado sobre el Río Uruguay, donde baja desde Bella Unión hasta Paysandú. De hábito netamente trepador acepta fácilmente el cultivo; en Montevideo, sobre Eugenia uniflora, no sobrepasa los tres metros, y en Soriano, donde ya cuenta con varios años, se encaramó en un olmo hasta unos seis metros. De profusa floración, que se inicia en noviembre y dura hasta mayo, es una magnífica ornamental, que no he visto promocionada en ningún vivero. La he reproducido por acodo, que requiere el riego necesario para que arraigue.

Como lo muestra la foto que acompaña el texto, sus flores son visitadas por colibríes (Chlorostilbon aureoventris, Hylocharis chrysura, Leucochloris abicollis).

Sus dimensiones la hacen fácilmente controlable, un punto más a su favor, y tan a tener en cuenta al momento de su instalación. No le he observado plagas en el cultivo.

A propósito

A quienes hemos tenido el raro privilegio de frecuentar desde chicos el monte, no les voy a hablar del deleite que conlleva el paseo. La apabullante perfección de lo que vemos. El equilibrio en evolución, si se me permite el término, cambiante a cada rato, pero en esencia siempre el mismo, logrado por la convivencia espontánea, a través de las edades, de especies que en su permanente contienda por luz y espacio, han llegado a ese acuerdo que nos conmueve y maravilla.

Van entonces estas líneas a quienes no han experimentado aún esas vivencias. Párense en medio de uno de nuestros bosques autóctonos, siéntense en un tronco o una piedra, y dejen que los invada el ambiente. A veces lleva un rato. Saldrán sin duda enriquecidos, y por tanto más comprensivos y solidarios. Notas tan necesarias en la construcción de una nacionalidad. Tengo para mí que nada sirve tanto en esa tarea, como hundir en ese suelo un interés auténtico, una busca de afianzar esas raíces que tanto necesitamos para cultivar una personalidad como Nación.

Se me antoja que con el concurso de los violines, que vienen a ser las trepadoras, suena mejor y se completa la orquesta que interpreta la sinfonía de la selva.

-oOo-

Bibliografía sumaria.-

Además de la mencionada en el texto:

  • Jardinería y floricultura – H.Peña. – Barcelona 1934
  • Plantas trepadoras – Lombardo y Muñoz. – Montevideo 1980
  • Plantas trepadoras – Nativas y exóticas. L.O.L.A – Buenos Aires 2000
  • Yuyos – Alonso Paz, Bassagoda y Ferreira – Montevideo 2007

Nota: * Texto aportado al Grupo Guayubira por el autor, enero de 2014.

About Grupo Guayubira

El grupo "Guayubira", fue creado en mayo de 1997, para nuclear a personas y organizaciones preocupadas por la conservación del monte indígena y por los impactos socioeconómicos y ambientales del actual modelo de desarrollo forestal impulsado desde el gobierno. El grupo aspira a tener incidencia a nivel nacional y local para implementar medidas que ayuden a la conservación del monte indígena y a modificar el actual modelo insustentable de desarrollo forestal basado en los monocultivos de árboles a gran escala.
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